Logotipo del Patronato del Real Alcázar de Sevilla

Programación

Música Antigua

ANNA URPINA - EVA DEL CAMPO  27/8
La joya de Italia: la música veneciana y romana en los siglos XVII-XVIII  /  350 Aniversario del nacimiento de Tomaso Albinon

ARTEFACTUM  21/9, 5/10
800 Años no son nada  /  800 Aniversario del nacimiento de Alfonso X el Sabio

AXABEBA  17/8, 8/9, 2/10
Alfonso X el Sabio y Andalucía  /  800 Aniversario del nacimiento de Alfonso X el Sabio

CARANZALEM  11/8, 28/8, 9/10
Vírgenes, ninfas y juglaresas (La representación de la mujer en el imaginario de Alfonso X)  /  800 Aniversario del nacimiento de Alfonso X el Sabio

ENSEMBLE ALFONSÍ - JOTA MARTÍNEZ  7/8
Instrumentos para loar a Santa María  /  800 Aniversario del nacimiento de Alfonso X el Sabio

GUILLERMO TURINA / MANUEL MINGUILLÓN  2/9
La música en torno a los hermanos Duport

LA HISPANIOLA  6/8
El Aleph (Las sonatas para Viola da gamba de J.S. Bach)

ROCÍO DE FRUTOS / SARA ÁGUEDA  20/8
La suavísima armonía (Tonos humanos del siglo XVII español)

SEPHARDICA  15/8, 1/9, 23/9
La Fuente de la Música  /  Milenario del nacimiento de Ibn Gabirol

TAMAR LALO / DANIEL ZAPICO  18/9
Venecia XVIII  /  350 Aniversario del nacimiento de Tomaso Albinoni

TEMPERAMENTO  19/9
Italianos por el mundo  /  350 Aniversario del nacimiento de Tomaso Albinoni

Música Clásica

ALDO MATA / QI SHEN  5/8
El Violonchelo Español (Música romántica española desconocida o dedicada a violonchelistas hispanos)  /  Visiones de España

CRISTINA BAYÓN / JESÚS PINEDA  15/9
Una soirée musical con Pauline (Compositoras en los salones musicales de la Francia decimonónica  /  Bicentenario del nacimiento de Pauline Viardot  /  Nombres de Mujer

CRISTINA MONTES MATEO  22/9
Pauline Viardot, pionera y musa  /  Bicentenario del nacimiento de Pauline Viardot

CUARTETO JORDAN  29/7
Vanguardia y romanticismo francés  /  Centenario de la muerte de Camille Saint-Saëns

CUARTETO SALTÉS 2.0  5/9
Saint-Saëns y Fauré: cuartetos de cuerda  /  Centenario de la muerte de Camille Saint-Saëns

DOMENICO CODISPOTI / ESTEBAN OCAÑA PIANO DUO  25/9
Le Grand Tango  /  Centenario del nacimiento de Astor Piazzolla

DÚO SCARBÓ  17/9
En torno a Piazzolla  /  Centenario del nacimiento de Astor Piazzolla

EIDOS ENSEMBLE  3/9
Confidencias de mujer  /  Nombres de Mujer

ENSEMBLE VIARDOT XXI  10/9
Pauline y Europa  /  Bicentenario del nacimiento de Pauline Viardot  /  Nombres de Mujer

ISABEL DOBARRO  11/9
Pauline Viardot y el piano de su tiempo  /  Bicentenario del nacimiento de Pauline Viardot  /  Nombres de Mujer

JAVIER COMESAÑA / RICARDO ALÍ ÁLVAREZ  13/8
De parisinas maneras  /  Centenario de la muerte de Camille Saint-Saëns

JOAQUÍN TORRE / TOMMASO COGATO  19/8
El violín franco-belga  /  Centenario de la muerte de Camille Saint-Saëns

PABLO MARTOS / PATRICIA ARAUZO  26/8
En busca del tiempo perdido

RAFAEL MUÑOZ-TORRERO / JULIO MOGUER  8/10
Fernando Palatín, el gran violinista sevillano  /  Visiones de España

SUSANA CASAS / NATALIA KUCHAEVA  24/9
Pauline Viardot. Arte femenino del XIX  /  Bicentenario del nacimiento de Pauline Viardot

TOTEM ENSEMBLE  22/8
El Carnaval de los Animales  /  Centenario de la muerte de Camille Saint-Saëns

TRÍO ARTEMISIA  9/9
El viejo Bach en el clasicismo vienés

TRÍO MUSA  30/7
Mon ange et ma passion  /  Centenario de la muerte de Camille Saint-Saëns

Flamenco

ALICIA GIL 8/8, 16/8
De Sevilla, cantaora  /  Nombres de Mujer

CHICO PÉREZ  12/9
Gruserías  /  Vanguardia y pureza

DIEGO VILLEGAS & ACOUSTIC BAND  9/8, 30/8
Cuando paso por Cai  /  Vanguardia y pureza

GAUTAMA DEL CAMPO & CO  1/8, 10/10
Salvaje moderado  /  Vanguardia y pureza

JESÚS GUERRERO  31/8
Viaje imaginario  /  Vanguardia y pureza

MARÍA TERREMOTO  23/8, 13/9, 3/10
Terremoto, sangre nueva  

PEDRO EL GRANAINO  28/7
Granaino jondo

Músicas del Mundo

EVOÉH  12/8
El Poeta Enamorado: Ibn Gabirol y los cantos de amor sefardíes  /  Milenario del nacimiento de Ibn Gabirol

JUANA GAITÁN QUINTETO  14/9, 27/9
Dos mundos (Música migrante entre Colombia y España)

MASHRABIYA TRÍO  7/9, 6/10
Algarabía mediterránea y Qasida oriental

NAHZUN 14/8, 25/8
Las Cantigas de Santa María y la música europea del siglo XIII  /  800 Aniversario del nacimiento de Alfonso X el Sabio

RUBÉN DÍEZ TRÍO  10/8, 16/9, 29/9
Wild Tunes

YINNAN AL ANDALUS  3/8, 18/8
La música andalusí, un legado compartido  /  Milenario del nacimiento de Ibn Gabirol

Otras músicas

ALBA CARMONA / MARTA ROBLES  24/8, 6/9
Alusiones al mar

CHEZ LUNA  2/8, 26/9, 7/10
Ceviche de luna

JAVI RUIBAL TRÍO  21/8, 1/10
Solo un mundo

LLUÍS COLOMA / KID CARLOS  28/9
Iberian Blues Project

MANU BRAZO / PEPE FERNÁNDEZ  4/9
Folk-lore

MANUEL GALIANA / GUILLERMO FERNÁNDEZ  31/7
La Copla. Y sin embargo te quiero

MANUEL IMÁN / VALENTÍN PONCE  30/9
La raíz global

SWINGTÊTE & PAULA PADILLA  29/8, 20/9, 4/10
Swingtête: Vol. 1

TRES ESQUINAS  4/8
Paseando a Piazzolla / Centenario del nacimiento de Astor Piazzolla

Líneas de programación

La programación de Noches en los Jardines del Real Alcázar recorre las distintas edades e impulsos creativos de la ciudad de Sevilla a lo largo del tiempo.
Los programas seleccionados nos acercarán a distintos periodos y estilos musicales que se han sucedido durante los más de mil años de vida del Alcázar de Sevilla, desde la Edad Media a nuestros días. Hasta setenta y cinco conciertos que abarcarán buena parte de la historia de la música: las canciones y melodías medievales de las tres culturas que convivieron en la península ibérica, las músicas renacentistas y barrocas, el clasicismo y el romanticismo, los sonidos populares de distintos rincones del mundo, el jazz, el pop, el flamenco…
Y como es habitual, más allá de las líneas estilísticas, hemos querido abordar distintas efemérides y temáticas que nos recordarán historias y personajes relevantes en nuestro legado cultural. En esta edición de 2021, hemos dedicado cuarenta y ocho de los setenta y cinco conciertos de Noches en los Jardines del Real Alcázar, a los nueve ciclos temáticos que detallamos a continuación:

 

Milenario del nacimiento de Ibn Gabirol
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Salomon Ben Yehudah ibn Gabirol, ha-malaquí, fue un poeta y filósofo hispanojudío andalusí, conocido como Sulayman ibn Ya?yà ibn Yabirul por los musulmanes y Avicebrón por los cristianos, lo que indica la relevancia de su obra en los tres mundos culturales y religiosos de la España medieval. Y más aun, estos tres nombres evidencian su huella en la historia del pensamiento del Viejo Mundo, como eslabón, siglos antes del Renacimiento, en la recuperación para Occidente de la obra de Platón.
El árabe sería la lengua exclusiva de su obra filosófica, que fue vehículo para adentrarse en la tradición griega y medio de expresión, hasta en veinte libros, de su propio pensamiento. Sin embargo, solo tres han llegado hasta nosotros: Selección de perlas, La corrección de los caracteres y, quizá la más conocida, La fuente de la vida. Conservamos esta obra, gracias a la traducción al latín ordenada por el Arzobispo de Toledo, realizada en 1150 por Juan el Hispalense y Domingo Gundisalvo; así como por el extracto traducido al hebreo de Sem Tob ibn Falaquera.
Pero además la relevancia de su obra, sitúa a Ibn Gabirol como el más importante poeta hebreo de la Edad Media. Aunque usó la métrica árabe, reservaba su lengua íntima para la creación poética y religiosa, revitalizando el hebreo en brillantes obras como Keter Malkut (La Corona real). Su palabra se haría famosa de Occidente a Oriente, y aún hoy se conservan en las comunidades sefarditas de Turquía o grabadas en los antiguos templos del Cairo. Sus versos sagrados se integraron a la liturgia judía, en una celebración tan señalada como el Yom Kippur (Día de la Expiación). Incluso, olvidado ya su autor, sus letras quizá saltaran a la liturgia cristiana inspirando el himno Dies irae.
Pero no sería esta su única contribución a la cultura cristiana occidental, ya que Avicebrón -como fue conocido por los copistas medievales- llegó a los autores escolásticos, como el franciscano Juan Duns Scoto, y ya en la Edad Moderna podemos rastrear su influencia en León el Hebreo, Pico Della Mirándola, Giordano Bruno, y más tarde en la obra del filósofo holandés, también de origen sefardí, Baruch Spinoza.
Nació en 1021, hijo de una familia cordobesa que se había establecido en Málaga tras huir de la capital por la revueltas que acabarían con el califato omeya. Siendo aún muy joven se trasladó a Zaragoza, donde residiría la mayor parte de su vida y desarrollaría su carrera literaria al servicio de Yequtiel el ben Isaac, visir judío del rey Mundir II.
Su escritura le procuró gran notoriedad, ganándose a partes iguales la admiración de muchos y el desprecio de cuantos eran alcanzados por su pluma mordaz. Tras la muerte de su mecenas, marcharía a Granada bajo la protección del visir del rey zirí Badis ibn Habus, el también judío Semuel ibn Nagrela, con el que acabó enemistado por su carácter insolente y su rivalidad poética. El poeta y crítico Moshe ibn Ezra nos dice sobre Ibn Gabirol: “su alma irascible dominaba su inteligencia, no podía refrenar su cólera ni superar la injuria y el daño que se le hacía”.
Su vuelta a Zaragoza, donde escribe La corrección de los caracteres, no hizo más que alimentar su enemistad con personalidades de la comunidad hebrea, y su misticismo, incomprendido -como tantas veces- por la ortodoxia, le llevó a ser sentenciado a la expulsión, con el pretexto de practicar la magia. Su partida, evocada en su poema A la partida de al Andalus, fue la antesala de su muerte, acaecida en la década de 1050, en algún lugar del camino -dicen que Valencia- hacia el destierro en Oriente.
El joven genio, tan brillante como atormentado, aquejado de problemas físicos que fueron motivo de continuo escarnio, falleció con apenas treinta años, sin que se sepa la causa de su muerte. Según la leyenda fue asesinado por algún rival envidioso, que ocultó su cuerpo bajo una higuera de las huertas de Valencia. Cuentan que los frutos se volvieron tan abundantes y dulces que el dueño, intrigado por la causa de ese don de la tierra, cavó al pie del árbol donde encontraron los restos del poeta malagueño.
Hoy en el jardín de la Alcoba, antes huertas del palacio andalusí, le dedicaremos en seis conciertos los dulces frutos del canto hebreo y la tradición sefardí.

 

800 Aniversario del nacimiento de Alfonso X el Sabio 
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El 23 de noviembre de 1221 nacía en Toledo, el primogénito del rey Fernando III, al que estaba llamado a suceder cuatro años después de la conquista de la poderosa ciudad de Sevilla. El entonces infante Don Alfonso, que había encabezado ya la toma de Jerez, fue llamado por su padre en 1247 a incorporarse al asedio y hacerse cargo de las negociaciones para la rendición de la ciudad, que sería entregada (seguramente como homenaje de su padre) el día de su cumpleaños, el 23 de noviembre de 1248. Desde ese momento su vínculo con Sevilla quedaría sellado hasta su muerte y rememorado durante siglos en el emblema de la ciudad.
Alfonso fue el rey que quiso mantener a Sevilla como cabecera de este nuevo reino del Andaluzía que otorgaba tierras fértiles, riquezas, costas desde las que mirar el mundo, “et de otras muchas partes dallen mar, de tierra de cristianos e de moros”. Cabecera y centro del plan que quiso impulsar con su reinado y que esta ciudad y su alfoz le permitía desarrollar sin las viejas resistencias castellano-leonesas. La cancillería regia lo designará desde entonces como Alfonso, por la gracia de Dios, rey de Castilla, de León e del Andaluzía, lo que muestra la importancia que la nueva entidad territorial supone para el monarca. En el libro Septenario Alfonso X describe “las bondades del regno de Seuilla, y en ella se alaba a la ciudad por su antigüedad, ya que fue començaminto de la puebla de fapanna; por su nobleza, tanta que muchos dexaron sus tierras donde eran naturales e vinieron a uerla e a morar en ella; por su grandeza, tanto del cuerpo de la ciudad como de su alfoz que se extiende desde la grant mar fasta el río de Guadiana y desde el mar fasta las sierras de Ronda”.
Pero su interés por la ciudad no era solo territorial o económico, sino también simbólico, pues consideraba Sevilla “una de las ciudades más importantes del mundo” y “ciudad de emperadores” como Trajano y Adriano, que acercaban su figura a la dignidad imperial a la que Alfonso X aspiraba desde la visita de los embajadores de Pisa en 1256, en el infructuoso fecho del Imperio, a la que renunció al fin en 1275.
Instalado durante largas temporadas en Sevilla, el Rey Sabio no quiso arrasar tras la conquista todo aquel mundo que su padre había logrado por las armas; porque este nuevo reino, además de sus nuevas tierras y sus nuevas costas, le ofrecían un horizonte nuevo de conocimiento y sabiduría. Parece que aquella Escuela de Traductores iniciada en Toledo, ciudad donde el rey abrió los ojos a la vida y a la luz del saber, tuvo su continuidad en la capital hispalense, donde arribaron estudiosos de todas partes, cristianos, musulmanes y judíos, que fueron instalados en la antigua “mezquita de los osos”, a escasos metros de los palacios del Real Alcázar. En el Scriptorium real de Sevilla se tradujo y compuso el Libro del Ajedrez, se tradujo el Sendebar y probablemente se compuso la mayor parte del Libro de las Partidas. En Sevilla se revisaron también el Setenario, la Estoria de España y se escribieron e iluminaron las Cantigas de Santa María, inspiradas en la Virgen de los Reyes.
También fundó en la ciudad el Studium Generale, germen de nuestra Universidad Hispalense, para la enseñanza de las lenguas y las culturas latina y arábiga. Sevilla se convertiría sin duda en la segunda mitad del siglo XIII en el mayor centro cultural del reino.
A Alfonso X debemos la reconstrucción de la ciudad y el impulso de una nueva edificación religiosa y civil, como las Atarazanas o el Palacio Gótico del Real Alcázar. Los alarifes mudéjares transformaban las portadas y levantaban ábsides en las antiguas mezquitas, aquellos templos de los que quiso impedir la destrucción cuando aún como infante negociaba la entrega de la ciudad, bajo amenaza de pagar con una vida cada ladrillo derribado, y maravillado por aquel imponente alminar almohade de la Mezquita Mayor, que aun hoy sigue coronando nuestro cielo.
En aquella mezquita, tornada a Catedral de Santa María, dio sepultura a su padre en cuyo recuerdo mandó colocar una lápida inscrita en latín, castellano, hebreo y árabe. Todo un símbolo de su majestad sobre todos los habitantes del reino, que se extendería hasta el 4 de abril de 1284, cuando falleció entre los muros de este Real Alcázar. Y como testimonio de su querencia a la ciudad, en Sevilla mandó depositar sus restos junto a los de su padre, Fernando III, y su madre, Beatriz de Suabia.
La ciudad que “no lo dejó” en los años más tristes de su reinado, celebra hoy su tiempo, ofreciendo once conciertos cuando se cumplen ocho siglos de su nacimiento.

 

350 Aniversario del nacimiento de Tomaso Albinoni
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Tomaso Giovanni Albinoni nació en Venecia 8 de junio de 1671, en la Serenísima República de cielos azules reflejados en las aguas inmensas del Gran Canal que inmortalizara Canaletto en sus lienzos. Venecia contemplaba una dorada decadencia, que ardía sin embargo en la mayor hoguera creativa de la Italia del Settecento. Una generación anterior a la de Tomaso Giovanni, maestros como Legrenzi, Pallavicino, Draghi, Cesti o Freschi, siguiendo la influencia de Monteverdi, fueron los artífices de la escuela veneciana, que se caracterizaría -especialmente en el caso de Albinoni- en un audaz el empleo de los instrumentos de cuerda.
Aunque se inició en la música a temprana edad con lecciones que pudo recibir de Legrenzi, no se dedicaría a la composición y la interpretación profesionalmente hasta 1709, año en el que fallece su padre, un importante comerciante de papel, del que por tradición familiar estaba llamado a tomar el testigo al frente de los negocios. Quizá por ello no busco hacer carrera en ninguna corte, como sus contemporáneos, y gozó de una inusual libertad creativa. No obstante ofreció alguna de sus obras a personajes importantes de la nobleza como el cardenal Pietro Oltoboni, a quien dedicó su Op. 1, o el Gran Príncipe de Toscana, Fernando III, a quién dirige su Op. 3.
Hasta entonces Albinoni se consideraba a sí mismo un “dilettante”, es decir un mero aficionado, que sin embargo compartió generación, vivencias y fama con músicos tan destacados como Allesandro Marcello o el mismo Antonio Vivaldi. En su época gozó de gran popularidad incluso entre otros compositores como J. S. Bach, que utilizó su Op. 1 para cuatro de sus fugas.
Tomaso Albinoni fue un compositor prolífico, con aproximadamente cincuenta óperas, de las que veintiocho se representaron en Venecia entre 1723 y 1740. A pesar de ello actualmente es mucho más conocido por su obra instrumental, con cuarenta cantatas para voz solista y setenta y nueve sonatas de cámara, además de cincuenta y nueve conciertos para instrumento solista y orquesta y ocho sinfonías. A partir de 1741 parece que dejó de componer y su salud se fue deteriorando progresivamente hasta su muerte en 1751. Un archivo de la parroquia de San Bernabé nos informa de que Albinoni falleció por causa de la diabetes a la edad de setenta y nueve años.
Buena parte de la obra de Tomaso Albinoni se perdió con la destrucción de la Staatsbibliothek Dresden en el bombardeo que sufrió la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial, y poco se conocía de su obra y su legado. Hasta que en 1958 la editorial Casa Ricordi publica por primera vez el famoso Adagio en sol menor de Albinoni, supuestamente reconstruido desde unos fragmentos de un movimiento lento de una sonata a trío para cuerdas y órgano, hallados por el musicólogo italiano Remo Giazotto entre las ruinas de la biblioteca devastada. En realidad el famoso Adagio no debe más que el nombre a Albinoni, ya que nunca nadie aportó aquellos fragmentos rescatados y la Biblioteca de Dresde desmintió haber tenido nunca aquellas partituras, resultando ser una pieza compuesta en 1945 por su supuesto descubridor.
En el 350 aniversario de su nacimiento, fijaremos nuestra atención y nuestros oídos en al tiempo que le tocó vivir a este maestro veneciano.

 

Bicentenario del nacimiento de Pauline Viardot
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Micaela Paulina García Viardot, nació en París el 18 de julio de 1821. Era la hija menor del tenor y compositor sevillano Manuel Vicente García y de la también cantante y actriz española Joaquina Sitjes, conocida como “la Briones”. Por tanto Paulina estaba llamada a convertirse en una destacada personalidad de la que sería la más importantes saga lírica de toda Europa, “los García”. Hermana de la soprano Josefa, por parte de su padre, del barítono Manuel Patricio y de María Felicia, conocida mundialmente por el apellido de su marido como “la Malibrán”, diva del Bel canto y musa de Rossini.
Pauline vivió desde la cuna el espíritu artístico del Romanticismo, siendo la música parte consustancial de su vida familia y su desarrollo personal. Desde muy niña destacó por sus aptitudes para el canto, aprendiendo el oficio de sus padres, a los que acompañaba en sus giras por todo el mundo. Fue en México donde tomó sus primeras lecciones de piano de la mano del organista de la catedral, Marcos Vega. En París, estudió piano con Franz Liszt y composición con Anton Reicha, y con apenas dieciséis años dio su primer recital junto al marido de su hermana María, el violinista Charles de Beriot. En 1838 ya actúa interpretando alguna de sus propias composiciones. Ese año Pauline conoce en Leipzig a Clara Schumann, y durante la estancia al año siguiente de Clara en París forjaron una amistad que duró de por vida: “Las amigas más antiguas de este siglo”, escribiría Pauline Viardot a Clara en 1884. En 1839 Pauline debuta en Londres interpretando a Desdémona en la ópera Otello, de Rossini. La interpretación de los papeles rossinianos sería la plataforma para el lanzamiento de su carrera, convirtiéndose en muy poco tiempo en una de las cantantes más apreciadas del momento.
En 1842 viaja a España con su marido, el hispanista Louis Viardot. Su paso por Madrid dejó además de sus actuaciones en Otello, dos interpretaciones de Rosina en Il barbiere di Siviglia, en la que incorporaría para la ocasión algunas canciones españolas en la escena de la lección de música. Pauline, que había nacido en Francia en un ambiente cosmopolita, se reencontraba con sus orígenes familiares y recorre Granada y a Sevilla, la tierra de su padre, para conocer la cultura y la música andaluza.
Como cantante de ópera recaló en las grandes capitales europeas y se convirtió en musa para la mayoría de los compositores de su época: Gracias a la influencia de la Viardot, Charles Gounod escribió su primera ópera, Sapho, que estrenó en la Ópera de París en 1851, y Hector Berlioz adaptó para ella Orfeo ed Euridice de Gluck, en 1856. Pero, más allá de su faceta de cantante, pudo desarrollar a lo largo de su vida -a pesar de los condicionantes sociales de la época- su natural talento para la composición, manteniéndose activa hasta pasados los ochenta y tres años, cuando presenta la ópera cómica Cendrillon.
La casa de Pauline Viardot en Bougival, a las afueras de París, se convertiría en epicentro de la vida cultural de la capital francesa, donde se daban cita personalidades de la música, como Chopin, Liszt, Rossini, Gounod, Berlioz; la pintura, como Delacroix o la literatura como Musset, Flaubert, Turgueniev -que convivió con el matrimonio Viardot durante años- o su gran amiga, la novelista George Sand, que se inspiraría en ella para su novela Consuelo. Muchos compositores españoles, a su paso por París, acudían en peregrinación buscando su apoyo o su consejo, como Sebastián Iradier o Ruperto Chapí que le dedicó un álbum de seis canciones.
Tras su último concierto público en París en 1863, en el que participa su amiga Clara Schumann, Pauline Viardot se retira y se instala durante diez años -a causa del exilio político de su marido- en la ciudad alemana de Baden-Baden, en la frontera con Francia. En Alemania, encuentra acogida en el círculo próximo de Clara Schumann, que pasa los veranos con su familia muy cerca, y comparte veladas con Johannes Brahms o Richard Wagner. Allí retoma su faceta de compositora y representa sus tres operetas con libreto de Turgueniev que fascina a sus invitados. Clara Schumann escribiría a Brahms: “…Lo que siempre he dicho se ha vuelto a confirmar: es la mujer más brillante que he conocido.”
Tras la caída de Napoleón III, vuelve a París y la casa de la Viardot acoge nuevamente a los talentos de una generación que emprenderían la renovación de la música francesa, como César Franck, Gabriel Fauré o Camille Saint-Saëns, que le dedicó su ópera Samson et Dalila, y que la diva interpretó en una ejecución privada en 1872. Al año siguiente participó también en el oratorio de Jules Massenet Marie Magdelaine estrenado en el Odéon de París. Su influencia fue notable por tanto en varias generaciones de músicos del siglo XIX, a los que inspiró o puso voz, desde Chopin y Berlioz a Rimski-Kórsakov y Chaikovski. Además de sus composiciones, dejó en herencia su extraordinario talento artístico, como eslabón de esa cadena invisible, en la que seguirían sus pasos su hija Louise Héritte y su hijo Paul.
Falleció en la ciudad que la vio nacer, el 18 de mayo de 1910. Doscientos años después de su nacimiento seguiremos la estala de su obra y su influencia en la música en un ciclo de cinco conciertos.

 

Centenario de la muerte de Camille Saint-Saëns
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Charles Camille Saint-Saëns nació el 9 de octubre de 1835 en el Barrio Latino de París. Se interesó precozmente por la música, en cuyo lenguaje se adentró ya con dos años con el piano de su tía abuela, con la que vivían él y su madre, enviudada a los pocos meses del nacimiento de Camille. La alta capacidad del niño, que leía y escribía a los tres años, y que a la edad de cinco años era capaz de escribir sus primeras piezas de piano, hizo que su madre lo pusiera en manos del pianista Camille-Marie Stamaty, que organizó su presentación pública como virtuoso del piano en Sala Pleyel, con tan solo diez años. Por entonces tocaba con absoluta soltura y de memoria, cualquiera de las treinta y dos sonatas para piano de Beethoven. Además sentía predilección por las sonatas de Mozart, que solía interpretar para deleitar al pintor Dominique Ingres, al que visitaba de niño con su familia.
Su carrera profesional fue fulgurante y acelerada: En 1853, con tan solo dieciocho años, fue nombrado organista de iglesia de Saint-Merri, y a los veintidós obtiene el cargo en la Madeleine, a la que acudía Liszt a escuchar sus interpretaciones, afirmando que Saint-Saëns era el más grande organista del mundo. Esta admiración, que era mutua, llevó a Saint-Saëns a estrenar como pianista muchos de los poemas sinfónicos de Liszt. En la cátedra de piano de la Ecole Niedermeyer impartió su magisterio, de 1864 a 1865, a importantes discípulos como Henri Duparc o Gabriel Fauré, que siendo apenas diez años más joven que él, llegó a ser a lo largo de su vida uno de sus grandes amigos.
Saint-Saëns era un virtuoso pianista, pero su actividad como compositor fue enorme. Su estilo recogía las características de la mejor tradición musical europea, cuya influencia formal se muestra en sus sonatas para violín y para violoncello, en sus conciertos para piano y para violín, o en el imponente Cuarteto con piano Op.41. Mostró un gran interés por grandes autores como Rameau, Haendel, Bach o Mozart, de los que afirmaba: "Lo que da a Sebastian Bach y Mozart un lugar aparte es que estos dos grandes compositores expresivos nunca sacrificaron la forma a la expresión. Por muy alta que sea su expresión, su forma musical sigue siendo suprema y suficiente."
Sin embargo este amor por la tradición clásica no impidió que en 1871 fundara junto a otros músicos como Lalo, Franck, Bizet y Fauré la Société Nationale de Musique, dedicada al fomento y la difusión de la nueva música francesa; auténtica plataforma para la renovación protagonizada por esa generación.
Aún hoy muchas de sus obras, como la Danza macabra, su Sinfonía n°3 con órgano y algunos de sus conciertos para piano o violonchelo, forman parte de los repertorios habituales de las programaciones clásicas. No obstante la fama de estas obras no debería ensombrecer una amplísima producción, más de seiscientas piezas, que abarca diversidad de géneros. El propio Saint-Saëns se mostró en ocasiones molesto con la repercusión de algunos de sus mayores éxitos, como la ópera bíblica Sansón y Dalila, que sería, en 1877, uno de los puntos culminantes de su carrera. Incluso se negó a publicar o interpretar su hoy famosísima fantasía zoológica El carnaval de los animales, escrita en 1886 para el martes de carnaval como un divertimento satírico, movido, no por el temor a las críticas -a las que en ese momento mostraba la mayor indiferencia- si no por la certera intuición de que empañarían sus obras más ambiciosas.
Camile Saint-Saëns, además de un prolífico compositor, fue un espíritu inquieto, que estudió y escribió sobre multitud de materias: artísticas, históricas, filosóficas y científicas, como la botánica, la geología o la astronomía. También publicó con un importante éxito la comedia La crampe des écrivains, así como su colección de poesías Rimes familières. En su afán de conocimiento fue un incasable viajero recorriendo América, Europa y África. Y entre estos dos continentes tras su paso por Andalucía encontró refugio en el sosiego insular de la isla de Gran Canaria.
Interesando cada vez más por el orientalismo musical, que prácticamente no desarrolló, recaló en 1921 en Argel, donde había pasado algún invierno al término de la Primera Guerra Mundial. Allí le sorprendió la visita de la protagonista de su poema sinfónico mas conocido, la Danza macabra, el 16 de diciembre de 1921. En este año en el que se cumple un siglo de su muerte, celebraremos con seis conciertos su valiosa obra de cámara.

 

Nombres de Mujer
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Pauline Viardot, su hermana María Malibrán o su querida amiga Clara Schumann, gozaron de un gran reconocimiento como cantantes e intérpretes, e iniciaron, aun sin poder quebrar el orden social establecido, un camino crucial en el reconocimiento del papel activo y creativo de la mujer en el mundo de la música. Sin embargo, la discriminación por el simple hecho de ser mujeres y la posición a la que las reducía las convenciones sociales, les vetaba públicamente la posibilidad de difundir su actividad compositora. Las páginas doradas de la música estaban reservadas, como tantos otros privilegios, exclusivamente a los hombres.
El testimonio directo de Clara Schumann resulta siempre esclarecedor: “Una vez creí que tenía talento creativo, pero abandoné esa idea; una mujer no debe desear componer, no es bastante hábil para ello ¿por qué iba yo a esperar poder hacerlo?”.
Por tercer año consecutivo, queremos desdibujar las fronteras de género establecidas durante siglos, seleccionando distintos programas que reivindiquen el papel a lo largo de la historia de tantas mujeres que quisieron expresarse a pesar de todo mediante la música, y que nos han dejado un legado, a menudo muy poco difundido como autoras, intérpretes y transmisoras de nuestra cultura.
Muchas de ellas, como la francesa Hélène de Montgeroult, la polaca María Szymanowska, o en España, la compostelana Eugenia de Osterberger, la madrileña Soledad de Bengoechea o la barcelonesa Narcisa Freixas, lograron compaginar su actividad docente con la interpretación, llegando incluso a la tímida publicación de algunas obras. Sin embargo nunca serían reconocidas merecidamente como compositoras. En el caso de Mélanie Bonis, logró la publicación de sus obras y la interpretación de algunas de ellas por los mejores músicos del momento, teniendo sin embargo un escasísimo reflejo en la historia académica de la música. Al difundir la obra de estas artistas, queremos reparar esta injusta desigualdad, al tiempo que recuperamos para el público un legado musical desconocido.
Un año más, daremos protagonismo a los nombres de autoras e intérpretes centrales en el desarrollo y la transmisión del arte de la música, convencidos de que la visibilidad de su obra nos ayudará a su conocimiento, su valoración y a superar los viejos prejuicios en torno a la mujer en el mundo del arte. Ni musas, ni divas; si no compositoras e intérpretes en igualdad.

 

Visiones de España
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Siguiendo una de nuestras líneas habituales de programación que pretende establecer un recorrido por las edades del Real Alcázar, y files a nuestro compromiso con la música española, en esta edición hemos querido dedicar un ciclo a la difusión del patrimonio musical hispano, especialmente el menos divulgado.
La creación musical española durante el Romanticismo (si excluimos el ámbito de las músicas populares) fue en opinión de Joaquín Rodrigo, un terreno baldío en las dos generaciones comprendidas entre 1830 y 1860, coincidentes con la agitación revolucionaria en la Europa del siglo XIX. Sin embargo, hay que advertir de la fundación en 1830 del Real Conservatorio de Madrid, del que saldrán algunos de los músicos que darán nuevo vigor a la música española, décadas más tarde.
De forma tardía, como en la literatura, y como epílogo de un movimiento que azotó toda Europa, el espíritu romántico solo logró germinar en la música española en la expresión ecléctica y pintoresca denominada arabismo, o más expresamente alhambrismo, que se inspirará -como los relatos de Washington Irving- en el aire polvoriento de aquel pasado, ahora exótico, de aquellos antiguos reinos tan lejanos del resto del continente. Un estilo que buscaba por medio de la música, las viejas esencias de la nación española, ya en lo andaluz, ya en lo castizo, aun a la zaga de aquellos viajeros europeos que ya habían acudido desde hacía décadas, fascinados por el mito, a explorar nuestras tierras y sonidos.
Surgirá al fin una nueva corriente que llenará los cauces de la creación musical española, y en la que emergerán los nombres de Chapí, de Bretón, de Tárrega, de Sarasate, o más tarde de Albéniz. Y músicos menos conocidos, pero con una interesantísima producción artística como Gerónimo Jiménez, Jesús de Monasterio, o el sevillano Fernando de Palatín, del que abordaremos una obra muy poco divulgada en su propia ciudad.
Una generación caracterizada por su interés folclorista, paralelo al costumbrismo pictórico, que quiso explorar las singularidades de la música española y revisar, como hicieran desde el exterior Glinka, Liszt, Bizet o Lalo, las formas musicales netamente hispanas, resultando de sus visiones de España, el germen del nacionalismo musical ya en el siglo XX.

 

Centenario del nacimiento de Astor Piazzolla
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Tengo una ilusión: que mi obra se escuche en el 2020. Y en el 3000... A veces estoy seguro, porque la música que hago es diferente. Porque en 1955 empezó a morir un tipo de tango para que naciera otro...” Y para eso tuvo que nacer Astor Piazzolla.

Astor Pantaleón Piazzolla nació en Mar del Plata (Argentina) el 11 de marzo de 1921, en una familia de origen italiano. Sin embargo, buscando un mejor futuro, sus padres emigraron a Nueva York, cuando el era aun muy pequeño. La ciudad en la que crece el joven Astor es una urbe bulliciosa, de luces y sombras, que vibra con el trepidante sonido del jazz, que acabaría llenado los oídos de tantos recién llegados como él.
Siendo un niño, Astor se interesa por el piano, pero su padre Vicente Piazzola, un enamorado del tango que anhela Argentina, le compra un bandoneón de segunda mano en una casa de empeños, más barato que el piano y que sonaba a la patria. “Mi padre escuchaba tango todo el tiempo, acordándose con nostalgia de Buenos Aires, de su familia, de sus amigos. Siempre solo tango, tango”, recordaría el músico. Aquel regalo de su padre, el emigrante inmortalizado en Adiós Nonino, habría de acompañar a Astor Piazzolla el resto de su vida. Aunque en su juventud nunca aspiró a tocar tango, si no que soñaba con ser compositor de música clásica, como Johann Sebastian Bach. Quizá fuera el destino el que le ofrecía, a diferencia del instrumento con el que el maestro de Leipzig buscaba a Dios, un órgano en minutara, que pudiera acercar a su corazón y escuchar su propio latido, imperfecto y único.
En 1934, cuando el chico cuenta con apenas trece años, tiene ocasión de conocer a Carlos Gardel, la leyenda del tango que se encontraba en Nueva York por el rodaje de la película “El día en que me quieras”. Su ingenio para llegar hasta el artista, al que debía entregar un presente de su padre, hizo gracia a Gardel, que le dio un papel como repartidor de periódicos, además de servirse de él como intérprete. No fue su único ofrecimiento: le propuso sin fortuna unirse a su grupo para la gira que tenían cerrada por toda América. Algo debió ver en el aún niño Astor Piazzola. Cuando le escuchó tocar el bandoneón le dijo: “Vas a ser grande, pero el tango lo tocás como un gallego”.
Carlos Gardel y su banda murieron en un accidente de avión en Colombia el 24 de junio de 1935. Puede decirse que Astor fue un superviviente accidental de aquella leyenda del tango, siendo acusado paradójicamente y pasados los años de “asesinar” al género que le hizo nacer a la música… Quizá, nuevamente el destino no le dejó otro remedio, como a Edipo, pero en su caso la madre Argentina le dio la espalda.
En 1937 la familia Piazzolla regresa a Buenos Aires. Aunque el joven músico sigue sin sentir auténtica vocación por el tango, busca el modo de ganarse la vida y se embarca en la orquesta de Aníbal Troilo en 1942. Ya no tocaba como aquel niño que escucho Gardel, pero sus compañeros de profesión renegaban de él, de su exigencia musical y su idea del tango, alejado del tango bailable de los cabarets y los cafés. Su interés sigue estando en el jazz y sobre todo en la composición de música clásica. Recibe clases del gran Alberto Ginastera y compagina su trabajo con la composición de alguna sinfonía y de música de cámara. Pero el destino sigue llamando a su puerta, y alguna vez el tango se cuela entre sus papeles. Astor prefiere no publicar ese trabajo, ya que aquel estilo portuario y nacido entre los inmigrantes, aunque su fuego empezaba a arder como la pólvora en el mundo, no contaba aun con prestigio social en Argentina y delataba demasiado el origen del que pretendía huir.
En 1954 consigue al fin una beca para viajar a París y estudiar con la eminente profesora y compositora Nadia Boulanger. Sin embargo, el destino parece volver a señalarle el camino de vuelta. Obviando todos sus empeños en la música clásica, Boulanger vislumbra su rumbo solamente cuando Piazzola interpreta el tango Triunfal. “No abandone jamás esto. Esta es su música. Aquí está Piazzolla”, le animó Boulanger. Como las palabras de un oráculo, aquella sentencia supuso un giro en la percepción de su propio talento y en la carrera que emprendería a partir de entonces. En palabras de Piazzola "pensaba que era una basura porque tocaba tangos en un cabaret, y resulta que yo tenía una cosa que se llama estilo”.
De vuelta en Buenos Aires forma el Octeto Buenos Aires, una formación de vanguardia que sacude el mundo del tango. Su propósito es renovar los viejos sonidos para crear la “música contemporánea de Buenos Aires”. Sus tangos no son bailables, si no propuestas para la escucha a la que incorpora influencias del jazz, los sonidos de la guitarra eléctrica, fusiones libres con el folklore... Nace entonces el “nuevo tango”.
La oposición de los viejos músicos es rotunda, que veían su mundo tambalearse. "Cambian los presidentes, los obispos, los jugadores de fútbol. ¡Pero el tango, jamás! Esa gente lo quiere anticuado, aburrido, igual que siempre”, se lamentaría Piazzola. Y la reacción del público purista es furibunda, en los conciertos, en la calle y llegando al acoso de su propia familia. Su viuda comentaría años más tarde: “Le insultaban por la calle, incluso un taxista le acusó de ser el asesino del tango y se negó a llevarle”. Afortunadamente Astor Piazzolla no se dejó intimidar.
En 1959 cuando tuvo noticia de la muerte de su padre, Piazzolla se encerró toda la noche y compuso la que para muchos es su obra maestra: Adiós Nonino. Para él siempre fue la primera de sus composiciones, el conmovedor homenaje al hombre que le entregó siendo un niño el sonido del tango encerrado en el fuelle de su instrumento. Transcendiendo el propio género, tangos como la Balada para un loco, La muerte del ángel, Tristezas de un doble A y Oblivion forman parte hoy del repertorio musical de orquestas y formaciones de todo el mundo. Emigrando de nuevo, esta vez a Italia en 1974, donde busca el sosiego que no encuentra en Argentina, compone en 1975 Libertango, aquella canción que años más tarde haría famosa a Grace Jones. Esta obra, hoy mundialmente conocida, será desde su propio título la decantación de toda su obra y el nítido reflejo de su posicionamiento artístico.
En verano de 1990, Astor Piazzolla sufrió en París un ataque cerebral que lo dejó postrado en una cama, falleciendo en Buenos Aires el 4 de julio de 1992. Si como decía Gardel, “veinte años no es nada”, cien años han sido más que suficientes para que ocupe su lugar en la historia de la música, ofreciéndole nuestro homenaje en el centenario de su nacimiento. Acabó escuchando al destino y el tiempo le dio la razón.

 

Vanguardia y pureza
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Dos días antes que el genio argentino, el 2 de julio de 1992, muere Camarón de la Isla, aquel que flotando sobre los versos de Lorca, desafió al tiempo para hacerse el mismo leyenda del arte jondo. “La leyenda del tiempo” publicado en 1979 representó para muchos el inicio de una revolución en el mundo del flamenco. Cuando el nuevo tango volaba ya libre por el mundo, el cascarón que encerraba a la tradición musical española, y en particular al flamenco, empezaba a resquebrajarse, como tantas otras manifestaciones culturales ahogadas por la dictadura. Antes de la presentación de aquel disco histórico de Camarón, algo se removía desde los primeros años setenta bajo la superficie del profundo pozo de la tradición. Como en el siglo anterior -acaso esta sea una resistencia secular de la vieja España- algunos ya buscaban en la sonoridades del flamenco la guía de un nuevo lenguaje.
Entre 1959 y 1960, en el mundo del jazz ya andaban músicos como Miles Davis explorando el lenguaje del flamenco en aquella Soleá, incluida en el álbum “Sketches of Spain”, a la sazón creada un pianista canadiense llamado Gil Evans. Pero no sería hasta 1967 cuando en el Festival de Berlín, Pedro Iturralde presentara, junto a un joven Paco de Lucía, su trabajo Jazz Flamenco, dando un paso en la fusión del flamenco genuinamente española que ya no tendría vuelta atrás. Junto a Paco de Lucía seguirían ese camino jóvenes músicos, ahora maestros,  como Carles Benavent, Jorge Pardo, Gerardo Núñez o el pianista Chano Domínguez.
En 1971, hace exactamente medio siglo, uno de nuestros músicos del exilio, el pamplonés Agustín Castellón, maestro de la guitarra flamenca conocido como Sabicas, publicaba el disco “The Soul of Flameco and the Essence of Rock”, que abría una nueva puerta para el diálogo con el género popular más expandido por todo el mundo en el la segunda mitad del siglo XX, y que sintonizaría con las inquietudes de aquellos jóvenes que dentro de nuestras fronteras harían germinar lo que se conoció como rock andaluz. A golpe de sencillos como A Leadbelly / hay un hombre dando vueltas, de la banda Gong, las influencias anglosajonas que habían penetrado en nuestro país se contaminaban con sonidos del flamenco, cuyos metales acabarían formando nuevas aleaciones musicales. Con una onomatopeya percutiva y eléctrica, el grupo sevillano Smash, con la incorporación fundamental de Manuel Molina, publicaban ese mismo año El Garrotín / Tangos de Ketama. Un sencillo que se reeditaría en 1978, ya en democracia, en el álbum “Vanguardia y Pureza del Flamenco”, en el que Smash compartía vinilo con el cante áspero de Manuel Agujetas, que un año antes había ganado el Premio Nacional de Cante de la Cátedra de Flamencología de Jerez, acompañado por la guitarra limpia y torrencial del maestro Manolo Sanlúcar. La fuerza primitiva de lo jondo frente a la experimentación de nuevos sonidos; las dos caras de un disco nos descubría desde entonces que, como Jano, el duende era bifronte.
Paralelamente en ese año de 1971, el mismo Manuel Molina lanzaba su sencillo  Primavera / La Mora, donde anunciaba aquel camino de renovación del flamenco que emprendería junto a Lole Montoya para mostrarnos el amanecer de un Nuevo día. En alguna entrevista del momento, el poeta de Triana medio bromeaba sobre la posibilidad de hacer flamenco al compás de una batería. Ya había ocurrido antes y por supuesto volvería a ocurrir. ¿Por qué un arte capaz de hacer música con lo más elemental, como las palmas, los nudillos o los golpes de la fragua, debería renunciar al sitar, la batería, el piano o la guitarra eléctrica?
Hace cincuenta años comenzaba a despejarse ese camino hasta que Camarón lanzara “La leyenda del tiempo” abriendo una senda irrenunciable para los creadores más jóvenes de varias generaciones. Y hace ahora veinticinco años, otra de las figuras del cante del momento, el granadino Enrique Morente, consagraría el llamado nuevo flamenco. Si uno de su primeros discos se presentaba con el explícito título de Cantes Antiguos del Flamenco, en 1996 presentaba Omega, acompañado de la banda Lagartija Nick, pero también de las guitarras de Vicente Amigo, Tomatito y Cañizares, para cantar nuevamente al granadino Federico García Lorca y curiosamente a otro canadiense enamorado de España, Leonard Cohen. El alfa y omega de un artista que como Camarón nos dejo muy pronto.
El principio y el fin, los extremos de una cuerda sostenida por los dedos de Jano, aquel dios que como el duende, tiene dos caras.

 

Pablo Távora / XXII Noches en los Jardines del Real Alcázar, 2021